Lo primero que te dice una mamá cuando acabas de tener un bebé es que aproveches el tiempo que vas a pasar con él porque pasa volando. Pero en mi caso no ha sido así, a mí los días se me hacían eternos y para nada tenía esa sensación. Entonces empecé a dar vueltas a la cabeza, ¿era yo una mamá rara por no pensar así, sería la única a la que los días se le hacían interminables, se quiere menos a tu bebé si el tiempo que pasas con él no se te pasa volando?.
Lo primero que quiero decir es que los primeros meses con mi hijo en casa de mis padres fueron muy duros. Nos pasamos muchas noches seguidas sin dormir casi nada, el bebé no paraba de llorar y no tenía consuelo. Por supuesto, como padres primerizos que somos, acunábamos a Leo en el brazo para que se calmara y nos íbamos turnando cuando ya nos dolía la espaldas y los brazos. Más de una noche apareció mi madre por la habitación a las seis de la mañana para que pudiéramos dormir algo los dos, benditas madres, ¡Graciás mamá!. Hasta que no llegaban las siete o las ocho de la mañana el bebé no parecía calmarse y dejaba de llorar, así que una noche tras otras ésto fue haciendo que mi cansancio estuviera en niveles insospechados. Tengo que decir que dormía algo cuando él dormía, pero pasarme la noche en vela con él en brazos y luego el día durmiendo a ratitos me tenía todavía más desorientada.
A todo este cansancio se sumó que nadie podía cuidar a Leo para que yo durmiera más de dos horas seguidas porque mi niño me demandaba la teta cada hora y media o dos horas como mucho. Yo ya ni miraba el reloj cada vez que le daba de comer porque me parecía que no hacía otra cosa con mi tiempo. Hasta llegué a pegar un folio en el armario de la habitación para ser realmente consciente de cada cuanto tiempo comía y efectivamente estábamos tomando la teta a demanda y mi niño me demandaba constantemente. Llegué a un nivel de agotamiento tan grande que intentamos que mi marido le diera alguna toma de biberón para que yo pudiera descansar pero no lo quiso nunca, lo apartaba y lo escupía.
Recuerdo que en los cuarenta primeros días de Leo yo veía como borroso, estaba como en una nube, del cansancio de tenía, y a todo eso se sumaba el hambre voraz que sentía cada vez que le daba la teta, que recalco era cada dos horas como mucho tardar. Menos mal que mi madre, qué haríamos sin nuestras madres, estaba de cocinera constantemente para que yo recuperara fuerzas. Así que yo puedo decir que a mi esos meses no se me pasaron volando, todo lo contrario, cada día y cada noche se me hacían eternos.
Con los cuarenta días cumplidos la cosa mejoró un poco, para darme alguna tregua de dormir, aunque no mucho, y cuando de verdad he empezado a ver la luz es a partir de los seis de meses que empezamos con los purés y los cereales con gluten que se los da su papá y así puedo tener algo de independencia.
Ahora ya puedo decir que el tiempo se me está pasando volando, ¡sobre todo cuando veo fotos de Leo cuando era un bebé!. En esta foto tiene sólo 10 días y ya se nota que ha cambiado un montón.
Cuando pienso en mi experiencia y hablo con otras madres me doy cuenta de que no todo el mundo cuenta la historia como la estoy contando yo, ni mucho menos. ¡No sabes la envidia que me daba escuchar hasta a la cajera del super contarme historias de que su hijo con días dormía la noche del tirón! Madre mía, ni siquiera yo ahora sé lo que es eso. La verdad es que creí que estaban exagerando y que ésto era realmente imposible con un bebé tan pequeño.
Pues eso, ya está, ya me he desahogado con mi historia, te prometo que no he exagerado ni un pelo, es más, puede que me haya quedado corta pero tampoco me voy a pasar escribiendo. Todavía hoy me pregunto ¿seré la única mamá a la que estos meses el tiempo no se le ha pasado volando? ;)
¡Que pases un feliz día!